Llevo varios días enfrentándome al papel en blanco sin conseguir escribir un aliento.
Bueno… no es cierto,
he escrito a estertores varios sístoles y un diástole.
Todos han acabado donde acaban la mayoría;
en el frío blog de mi papelera.
Sin reciclaje.
——
Y no lo he hecho porque empiezo a estar muy harto.
Pero no harto en plan: ¡mira qué mierda de mundo! ¡Tengo que denunciarlo!
No.
Ni siquiera harto de cosas en concreto,
como la crisis, las metafóricas diarreas, el mundo que me rodea…
—–
Cada vez que miro las noticias…
cada paso que nos obligan a dar…
cada latido me sabe a un bocadillo de hiel con estiércol totalmente camuflado con nata montada.
Sin embargo, no es lo que más me enfada.
Los políticos, los empresarios, el narcotizado pueblo, los que despiertan del sueño para soñar el mundo de otros…
Claro, también harta… pero no como para comerme las uñas de mi desvencijado alma.
—–
Lo de menos es esta dichosa crisis económica,
y moral,
y social,
y política,
y económica,
y melodramática,
y genética.
—–
¡Hasta el concepto de crisis está en crisis!
Ya casi ni me preocupa.
Lo que más me enfada…
lo que detesto de veras…
es la actitud de ese tipo que vivo delante de mi espejo.
Ese tío que no grita lo suficientemente alto,
que se cansa de no encontrar la palabra precisa,
que no es capaz de desencadenar la mutación necesaria.
—–
Ese pobre idiota que se deja engañar,
que se cuestiona lo que ha hecho cada día,
que es derrotado siempre por sí mismo.
Borra cada verso que piensa,
escribe cada palabra que olvida.
Le comulgan con ruedas de molino
y ya nunca escucha lo que opino.
—–
¡!Qué voy a hacer con este hombre!!
—–
– Por favor, no me insultes, no soy un hombre. Soy un niño.